viernes. 19.04.2024

Por J. Lavín Alonso

En la reciente Eurocopa, la selección española tuvo su gran momento de gloria a lo largo de una excelente - para variar - actuación, que culminó con el logro del título de campeones. Atrás ha quedado ya aquellos momentos de satisfacción y euforia para millones de aficionados - histeria que ya es historia - y que permanecerán solo como gratos recuerdos. Esta el la parte de los sueños que, como tales, son fugaces e inasibles.

Ahora nos toca, tras aquellos breves días de sofronización mayormente colectiva, que nunca vienen mal para la salud física y mental, enfrentarnos a la prosaica e inevitable realidad. Nos toca, como sufridos peones en el gran tablero del juego de las oligarquías, tener que pagar los platos rotos de sus indecentes pasatiempos, eso si, en un entorno de feliz democracia, que como ensueño queda muy bien pero en la praxis resulta algo menos balsámica, sobre todo a la hora de que nos madruguen nuestro menguado poder adquisitivo, digo. Esta es la parte de las realidades... “opinables” (ZP dixit)

Surge de nuevo la realidad que permanecía camuflada tras los sueños; la realidad del euribor y las hipotecas, el desempleo, la inestabilidad bursátil, la subida de la cesta de la compra, la inflación y el precio del petróleo. Y aquí es donde entran en juego las fintas semántico-eufemísticas para tratar de maquillar, en una magistral escenificación de la táctica del avestruz, la sombría realidad de una recesión económica cuyo final es difícilmente vislumbrable.

No obstante ello, y según la opinión del conspicuo presidente del Gobierno y sus no menos conspicuos y conspicuas epígonos y epígonas, la situación es “opinable”. En efecto, salvo quizás algunos axiomas lógico-matemáticos o de geometría, no todos, como ya se encargó de demostrar Kurt Gödel, allá por los años 30 del pasado siglo, en este mundo de nuestras alegrías y pesares, todo es opinable. Y en cuestiones de política, hasta resulta obligatorio poner en tela de juicio todo lo que surja de tan preclaras mentes, sobre todo si somos los contribuyentes los que tenemos que avalar con nuestro peculio sus delirios y decisiones desde la poltrona.

Sueños y realidades... “opinables”
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