martes. 23.04.2024

1.- Corre el fresco lagunero por entre las sillas de los bares de La Concepción. Pasa y pasa la gente; y los ojos, chirivitas. Pasea el asiduo por el lugar, sin perderse detalle. Es el jubileta que se encarga de la vigilancia de la zona: se lo sabe todo, escruta cualquier detalle. No se puede eludir al confianzudo, individuo al alza que te aborda, sin conocerte, te pone la mano por encima del hombro y te echa el vaho pestilente en la cara para hacerte una confidencia absurda. También se te acerca el lector emocionado, cuya presencia se agradece, contento porque has dado en el clavo de sus cuitas en el artículo del día anterior. Temo a una señora que me tiene loco, porque me quiere endosar no sé qué testamento y me tupe a llamadas telefónicas; pero son los gajes del oficio. La Laguna es ahora una ciudad sin bolsas: la gente no compra como antes. Pasea, pasea y pasea, pero no se gasta un euro y el comercio está en las últimas; resistiendo como puede. Un ron "Matusalem" con coca-cola zero, bebido sorbo a sorbo, y entre mirada y mirada a la grey femenina, y una conversación intrascendente con los amigos, todo me acerca inevitablemente, en la desembocadura de mi vida, al banco del que siempre he huido; al banco de los jubiletas.

2.- Los jubiletas lanzan sus cantos de sirenas desde los bancos de las plazas; me veo como un Ulises, navegando en las procelosas aguas de La Concepción y resistiéndome a sentarme en el reposadero de tablas rasas, porque este sería el final. Prefiero el bar, donde todavía tienes la dignidad de gastarte los cuartos y de pedir un ron o un whisky, y luego otro, hasta que se te acaba el dinero de la jubilación. La Laguna es la ciudad más entretenida de la Tierra y tiene el punto de que el paso de los asiduos te va marcando la hora. El guanajo pasa a tal hora; el cojo lo hace a esta otra; el pesado tiene su senda programada a las siete. Y así, hasta que llega el culichichi, que anda al acecho y que actúa como un reloj desparramado de Dalí : no tiene horario fijo y eso te descontrola y te provoca la zozobra de que puede aparecer por cualquier esquina.

3.- Ha comenzado su actuación, con la noche blanca y la Navidad, el rabino, personaje peculiar lagunero que actúa en las multitudes, incluida la Semana Santa. Famoso fue aquel rabo que un profesional de la cosa puso a una redomera de hermandad; fue tal el entusiasmo de ambos, y su inhibición del acto religioso, que ellos dos siguieron por San Agustín mientras la procesión ya había llegado a las Claras.

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Sentado, en La Laguna
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