jueves. 28.03.2024

La noticia que ha echado por tierra cualquier previsión informativa en el primer lunes del mes de junio de 2014 ha sido el anuncio por parte del Rey Juan Carlos de que abdica, de que deja la Jefatura del Estado para ceder el testigo a “una nueva generación” que representa su hijo Felipe, hombre tremendamente preparado para ser Felipe VI y cumplir con su papel de embajador de embajadores de España en el resto del mundo.

En estos tiempos en los que se ha perdido el respeto prácticamente por todo, en los que es más sencillo sumarse a la marea antimonárquica y hacer leña de un árbol caído, en este diario nos posicionamos claramente al lado del hombre que debe pasar a la Historia por lo bueno que hizo por este país, y no por lo malo. Y lo bueno fue lo esencial, no enrocarse en su designación por parte del general Francisco Franco asumiendo una jefatura de Estado dictatorial amparada por un ejército bajo sus órdenes para dar paso a una democracia.

Juan Carlos I de España debe ser el Rey de la Transición Española, la persona que logró que las dos o tres españas de 1975 se convirtieran en la España de 1978, la que fue capaz de tapar las enormes heridas que abrió la Guerra Civil del 36. Fue vital para que las izquierdas y las derechas se pusieran de acuerdo, para que los centros tuvieran encaje, para que los nacionalistas entraran en juego. Quien no sea capaz de valorar esto no entiende la historia de este país.

El Rey se empeñó en que su país pasara página después de cuarenta años de dictadura. Quiso que se creara una monarquía parlamentaria, en la que el pueblo tuviera la palabra a través de sus representantes en las Cortes, y lo consiguió. Quiso que hubiera una Constitución, y se hizo, y quiso gobernar con un Gobierno de izquierdas que demostrara que ambas cosas no eran incompatibles, y lo logró.

El primer gran servicio que prestó a la democracia, teorías conspiranoicas al margen, fue la contundencia con la que reaccionó ante el Golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Si el Rey no frena aquella rebelión militar, el Golpe habría triunfado. Era y ha sido hasta este día el Capitán General de todos los ejércitos, y el ejército respondió ante la orden de su jefe. Le costó convencer a algunos, pero indiscutiblemente logró que aquello se convirtiera en una transitoria pesadilla que por suerte no causó muerte alguna y que sirvió además para reforzar los cimientos de la democracia de la que hoy disfrutamos todos los españoles. Sin duda alguna, el peor de los sistemas políticos, con excepción de todos los demás.

“Mi hijo Felipe encarna la estabilidad” ha dicho este lunes el monarca. Y no le falta razón; la monarquía ha jugado ese papel en España, el de estabilizar a las tres españas. Salvo en esta etapa de profunda crisis y de absurdos comportamientos de algunos de los allegados al Rey (hay que recordar su intervención navideña en la que dijo aquello de que la ley debe ser igual para todos), jamás se ha discutido el papel institucional que ha jugado. Tampoco nadie duda de que Felipe VI es no sólo “la nueva generación” sino un hombre tremendamente preparado para el difícil papel que desde hoy se le encomienda. Mucha gente joven se preguntará si sigue siendo necesaria en la España del siglo XXI el papel de la monarquía. La respuesta es clara: sí. Pero no es un sí al aire, es un sí razonado y centrado en la realidad de las cosas, en esa realidad que se debe alejar de discursos utópicos en los que no se tiene en cuenta el equilibrio de la fuerza. El Rey, ahora su hijo, siguen siendo el referente y el mando en plaza del ejército, siguen teniendo un respeto internacional que abre puertas allí donde van (el último servicio a la patria ha sido el viaje a Arabia Saudí y los contratos que ha obtenido para empresas españolas), y siguen cumpliendo una función en muchas ocasiones poco gratificante que está alejada de los vaivenes de la política. Ese es su papel, que sigue vigente en la actualidad.

¿Tienen derecho los republicanos a solicitar un cambio de sistema? Lo tienen, como lo tienen los no republicanos a defender que no se cambie el modelo. De momento, ha funcionado, y salvo que se encuentren razones de peso para propiciar un cambio pacífico, razonado y justificado, debería seguir funcionando.

En un país en el que no dimite nadie, el Rey Juan Carlos ha dado ejemplo, y lo ha hecho marchándose cuando lo tenía que hacer. Es hora de hacer justicia y hacer lo contrario de lo que Alfredo Pérez Rubalcaba dijo estos días en Cataluña que somos especialistas en este país, no enterrarlo bien.

PROFUNDAMENTE JUANCARLISTAS
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