viernes. 19.04.2024

Un sistema político-económico que no garantiza la subsistencia a una parte importante de su población, supone un fracaso estrepitoso. Estamos constatando las cifras insultantes de personas sin trabajo. No hay en el mundo una mercancía más abundante y más barata que la mano de obra. El mercado laboral está vomitando cada vez más trabajadores, sin importarle su edad o su cualificación. Esta realidad, que no es coyuntural sino estructural, es asumida por todas las opciones políticas, incluida la socialdemócrata. Mas, esto es lo que hay. ¿Qué harán los dueños del mundo con tanta humanidad inservible? ¿Los mandarán a Marte? En 1998, se produjeron masivas manifestaciones en Francia, Alemania y otros países, en las que los desempleados desfilaron dentro de bolsas negras de basura.

Nos han convencido con diferentes argumentos de la inevitabilidad de una masa ingente de parados. La globalización es la gran coartada. Muchas multinacionales emigran a los países pobres del sur, los cuales compiten entre sí para ver quién les ofrece mejores condiciones, que son las peores para los trabajadores. Paradójicamente, mientras que el dinero viaja sin controles aduaneros; muchos del sur emigran al norte o lo intentan; de los cuales bastantes, ni siquiera se contabilizan, terminan en el cementerio del Mediterráneo, las aguas más peligrosas del mundo. Otros, más afortunados son enterrados, lo que también acarrea problemas, ya que en octubre de 2013, tras el primer gran naufragio con 300 víctimas en Lampedusa, la alcaldesa Giusi Nicolini, harta de entierros sin nombre y de lamentaciones vanas, escribió a Bruselas para preguntar hasta dónde tenía que ampliar su cementerio para que la UE se decidiera a actuar.

La tecnología, en lugar de servir para ampliar el tiempo de ocio, está multiplicando la desocupación y sembrando un miedo atroz en los trabajadores a perder su empleo. En este mundo esquizofrénico, en un auténtico atentado contra el sentido común, el extraordinario aumento de la productividad por la tecnología no solo no aumenta los salarios, sino que incrementa los horarios de trabajo. También la economía especulativa, que ya no necesita del trabajo para que el dinero se reproduzca.

Y a los agraciados con un puesto de trabajo, convencidos ya de no ser un derecho sino un privilegio, lo tienen en unas condiciones precarias, con sueldos miserables, horarios interminables, temporalidad, etc. A tal efecto es recomendable la lectura del libro de Ernest Cañada Las que limpian los hoteles. Historias ocultas de precariedad laboral”, donde aparecen 26 entrevistas demoledoras a estas trabajadoras víctimas de las empresas de la industria turística. Actividad, por cierto, considerada como uno de los pilares de nuestra economía. La misma situación es extensible al sector de la limpieza, la mayoría mujeres, en la provincia de Zaragoza, protagonista de una larga y ejemplar lucha por una subida salarial de 8 euros brutos mensuales. La precariedad laboral, que cada vez va a más, supone la multiplicación de los trabajadores pobres, personas ocupadas pero con salarios tan ínfimos que no pueden cubrir sus necesidades básicas. El problema es tan claro que algunos partidos políticos plenos de “sensibilidad social” ofertan en campaña electoral propuestas paliativas, desde la renta universal por parte de la izquierda, a un complemento salarial de Ciudadanos. La consecuencia previsible: los empresarios bajarán más los salarios y cargarán parte de la nómina al Estado.

Es claro que el factor trabajo está cada vez más indefenso y desvalorizado frente al capital. Los derechos laborales conseguidos con mucho dolor, sangre y muerte por las generaciones precedentes de trabajadores, la nuestra no los transmitirá a las futuras. Por eso, Eduardo Galeano, en el Texto leído en la sesión magistral de clausura de la VI Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Ciencias Sociales, llevada a cabo del 6 al 9 de noviembre de 2012 en la Ciudad de México dijo: “Que una pregunta me ocupa y me preocupa como –estoy seguro– a todos ustedes: ¿los derechos de los trabajadores son ahora un tema para arqueólogos? ¿Sólo para arqueólogos? ¿Una memoria perdida de tiempos idos? Es una pregunta más que nunca actualizada en estos tiempos de crisis, en los que más que nunca los derechos están siendo despedazados por el huracán feroz- el capitalismo canalla según el libro de Cesar Rendueles- que se lleva todo por delante, que castiga el trabajo y en cambio recompensa la especulación, y está arrojando al tacho de la basura más de dos siglos de conquistas obreras”.

Termino con un recordatorio a todos aquellos que se autoproclaman socialdemócratas. Se trata del discurso de Olof Palme Empleo y Bienestar, de 1984 en la Universidad de Harvard. Para él, el primer objetivo de su política era corregir el desempleo, ya que suponía en primer lugar un terrible despilfarro. Los medios de producción están infrautilizados, cuando existen muchas necesidades humanas insatisfechas. En segundo lugar, significaba sufrimiento humano, ya que el trabajo está relacionado con valores como la confianza en uno mismo, con la dignidad humana y el sentido de la vida. En tercer lugar, porque su expansión masiva suponía una amenaza para la democracia. Acabamos de contemplarlo en las últimas elecciones en Francia, con el avance irreversible del FN.

¿Los derechos laborales para la arqueología?
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