sábado. 20.04.2024

Hoy no he hecho sino darle vueltas en la cabeza al día en que nos conocimos Cosme Orta y yo. Por entonces, yo llevaba algunos meses trabajando en el Diario de Avisos como redactor de la sección de Cultura y Espectáculos, y ese día Cosme había comenzado a trabajar en el periódico como redactor de un área de nueva creación, que pretendía dar mayor cobertura a los barrios de la zona metropolitana. Lo abordé en un momento en que estaba solo en su mesa, con la intención de presentarme y ofrecerle mi ayuda en todo lo que pudiera.

Fue muy receptivo y enseguida noté que conectábamos. Esa sensación se acrecentó cuando descubrimos que ambos éramos de La Orotava, que habíamos estado, sin saberlo, viviendo durante nuestra infancia a menos de un kilómetro de distancia y que nuestros padres no sólo se conocían, sino que habían compartido amistad y amores de juventud durante su adolescencia formando parte del cuerpo de baile de la Sección Femenina. El mundo es un pañuelo, sin duda.

Resulta que con el paso de los años Cosme Orta y yo iniciamos una relación de amistad paralela a la de nuestros padres, que ha ido creciendo y consolidándose con el paso de los años hasta convertirnos en almas gemelas. Éramos dos “maguitos periféricos y reviraditos”, como nos gustaba decir. Su muerte, trágicamente prematura e inoportuna (la muerte siempre lo es), nos ha dejado huérfanos para siempre. Durante su breve aunque intensa carrera en los medios de comunicación, Cosme Orta demostró ser un periodista brillante y superlativo, de los que ya casi no se ven; de una integridad rayana en el exceso, que lo hacía imposible de doblegar a la fuerza, sin que mediara la razón y el sentido común como principal argumento.

Su pérdida, con poco más de 30 años, nos ha privado de un periodista de magnífico presente, pero sobre todo de futuro, un futuro que aún estaba por escribir y que sólo él, con su enorme talento, sería capaz de imaginar. Su idea de esta profesión, a la que amaba tanto y a la que se entregó en cuerpo y alma, lo capacitaba incluso para darnos lecciones de periodismo a su manera, como las que él impartía a diario con su discurso siempre inteligente y locuaz. Nunca te dejaba indiferente. Hoy siento envidia de quienes a partir de hoy podrán disfrutar de su presencia y a los que seguro regalará sus mejores lecciones de periodismo.

El día de su muerte yo tendría que haber estado en una comida organizada por el grupo de amigos de siempre, pero un compromiso familiar me impidió estar allí. No soy capaz de quitarme de encima la pena que siento hoy por no haber tenido la oportunidad de despedirme de él como hubiera deseado. La última vez que hablamos fue dos días antes de su muerte. Desde hace casi dos años compartimos amistad y trabajo en Televisión Canaria. En plena campaña electoral el trabajo de todos se había multiplicado, y el suyo, por ser de mayor responsabilidad, le estaba restando tiempo a su vida. Recuerdo que en un momento en que estaba solo en su despacho me apoyé en el quicio de su puerta y le espeté: “¿Cosme, eres feliz con tu trabajo?”, a lo que me respondió: “Cada vez menos”, antes de dedicarme una de sus sonrisas a medio camino entre la sinceridad y la ironía. Cuando me iba a casa el viernes nos cruzamos en la salida.

Él venía como siempre de hablar por su teléfono móvil en la calle, buscando una mejor cobertura y seguramente para evitar oídos demasiado interesados en conversaciones ajenas. Nos miramos con afecto y nos deseamos un feliz fin de semana. Ahora me pregunto quién llenará el vacío que siento; quién me dará tan buenos consejos como los que tú me dabas; quién me escuchará como tú lo hacías o querrá que le hable con sinceridad y abiertamente como yo hacía contigo. Probablemente nadie, y por eso ya te echo tanto de menos.

Siempre luchamos para erradicar de nuestra profesión el afán de protagonismo del periodista, demasiado deseoso en ocasiones en ser más importante que la noticia que debe contar. Hoy, por desgracia y en contra de todos los principios que defendimos Cosme, tu muerte ha sido la peor de las noticias que jamás he tenido que contar y tu has sido el protagonista inesperado. Ojalá que allí dónde estés sepan ver en ti al extraordinario ser humano que fuiste; buena persona y generoso siempre con familiares y amigos; un ejemplar profesional a imitar; pero sobre todo un amigo espectacular, un hermano para mí. Hasta siempre

Sergio Negrín

Editor de Informativos de Televisión Canaria

“Hasta siempre, hermano”
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