martes. 23.04.2024

Por J. Lavín Alonso

Como dijo Chesterton, lo malo de quienes dejan de creer en Dios es que acaban creyendo en cualquier cosa. Por ejemplo, en que el poso dejado en los entresijos del tejido social español por más de quince siglos de catolicismo se puede hacer desaparecer por obra y gracia de un decretazo emitido por el primer ganapán agnóstico surgido de los recovecos de un anticlericalismo maniqueo. Uno, naturalmente, no resulta ser un ejemplo a seguir en lo de cumplir los preceptos de la religión en la que fue educado, ni lo pretende. Que cada cual haga de su capa un sayo; está en su perfecto derecho. Pero de eso a pretender hacer comulgar al respetable con las ruedas de molino de un laicismo disolvente, media un abismo.

El propio y genial maestro de la pintura, Goya, ya lo dejó claramente ilustrado en una de sus obras, en la cual representa a media España moliéndose a palos con la otra media. En mas de una ocasión he oído mentar la frase que afirma que el pueblo español, o va delante de los curas portando la cruz, o detrás de ellos blandiendo palos.

Muchos y variados son los episodios de nuestra dilatada Historia que abundan en lo anteriormente expuesto. Uno, relativamente cercano en el tiempo, es el juicio prematuramente expuesto por Manuel Azaña, a las pocas horas de haberse declarado la II República. “España ha dejado de ser católica”, afirmación esta tan incierta como necia y tras la cual corrieron verdaderos ríos de sangre, en la mas cainita y cruel de las confrontaciones habidas en nuestro suelo.

El hecho de que el gobierno en curso, que como todos y por mor de las propias esencias de la Democracia, no es perenne y tiene fecha de caducidad, incierta pero inexorable, se manifieste claramente laico en sus esquemas políticos, no quiere decir que todos debamos pasar por sus horcas caudinas. Podría haber cambios transcendentales en el ejecutivo y lo que hoy es rojo, mañana podría ser verde; que nada es para siempre y menos en cuestiones políticas.

De acuerdo con lo previsto en la Constitución, articulo 16, apartado 3: “Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”. Mas claro, agua.

En una reciente entrevista periodística, el teólogo suizo Hans Küng, notable por haber mantenido sus más y sus menos con la ortodoxia vaticana, en especial con el anterior pontífice, manifestó que apreciaba en Benedicto XVI el hecho de no aprovechar cualquier ocasión para presentarse en forma espectacular. Ejemplos de ello han sido las visitas del mismo a Auschwitz y a Valencia. Esta última puesta en solfa por algunos grupúsculos oficiales y otros no tanto. Al menos, no creo que el millón largo de asistentes al evento en torno a Su Santidad lo advirtiesen...ni les afectase.

Algunas posiciones un tanto extremas, no solo de particulares sino de organizaciones políticas y culturales, hacen que muchos creyentes pudieran tener la sensación de hallarse in partibus infidelius. No resulta infrecuente, por otra parte, encontrarse con prójimos que, actuando como pistoleros del laicismo mas irredento, te vacían encima el cargador de sus ateismos, agnosticismos u otras carencias espirituales, como si sus particulares puntos de vista al respecto, que nadie les ha pedido, fuesen motivos de preocupación general.

Por el contrario, tampoco resultan escasas las ocasiones en que hay que soportar los excesos de pietismo, cuando no de beatería, no pocas veces farisaicos, de quienes manifiestan sus ortodoxias religiosas a machamartillo. Ni lo uno ni lo otro; la intolerancia no es de recibo en ningún aspecto de la vida en común. Hay a saber respetar las tendencias espirituales de cada cual, como corresponde a cualquier sociedad moderna, civilizada y, sobre todo, democrática; máxime si dichas actividades - léase enseñanza de religión, por ejemplo - se llevan a cabo a costa de los peculios particulares. Como ya indiqué mas arriba, no me considero ningún ejemplo a seguir como prácticamente y si en algún momento me creo en la obligación de cuestionar algún dogma o norma de mi religión, lo haré motu proprio y no bajo el adoctrinamiento o los dictados de ningún advenedizo de fuera o de dentro de la política. Al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.

Catolicismo en solfa
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