jueves. 18.04.2024

Acabamos de constatar otra debacle de la socialdemocracia en Europa, no por prevista, deja de ser dolorosa. En Alemania, el SPD ha pasado del 25,7% en las elecciones de 2013, al 20,8% ayer domingo. El peor resultado de su historia. Podríamos sumar los fracasos de la socialdemocracia en Holanda, Francia, España… La única excepción es la recuperación del partido laborista de Jeremy Corbin, aunque sigue en la oposición.

¿A qué esperan sus dirigentes para reaccionar? ¿Lo sabe alguien? Este es un gran misterio. Eso sí, todos al unísono repiten los mismos o parecidos mensajes tras cada derrota: “Tomamos buena nota”, “Vamos a reflexionar en profundidad para analizar los resultados”. ¿Cuánto tiempos llevamos oyendo lo mismo? Ya cansa. En las próximas elecciones el desastre será mayor. Y a repetir lo mismo. Lamentable. Yo un simple profesor de secundaria me tomo la recupere la confianza de su antiguo electorado.

Existe hoy un “socialismo de perdedores” según Rutger Bregman. Tal concepto es aplicable a la socialdemocracia (SD), hoy a la deriva.

Observamos un cambio político trascendental. Históricamente, la Política con mayúsculas ha sido un coto de la izquierda. “Seamos realistas, pidamos lo imposible”, así era un slogan de mayo del 68. Las grandes conquistas políticas las ha traído la izquierda. Sin embargo, hoy la SD ha olvidado el arte de la Política: el hacer inevitable lo imposible. Más grave todavía, muchos de sus pensadores y políticos tratan de acallar las voces radicales en sus propias filas por el temor a perder votos.

El neoliberalismo se ha adueñado de la razón y del discurso político. El fundamentalismo del libre mercado es hegemónico e inalterable; como el mantra de la flexibilización, globalización, desregulación, reformas estructurales y competitividad incuestionable. Y la SD se ha amoldado al paradigma dominante, lo que supone: o no tener otro alternativo y si lo tiene no sabe defenderlo. De ahí, su irrelevancia actual. Sólo le queda la emoción. La SD se emociona y se siente compungida ante la injusticia de las políticas actuales. Cuando ve que el Estado de bienestar está siendo destrozado, se apresura de una manera reactiva a salvar lo que pueda. Pero cuando la situación se tensa, la SD claudica ante los argumentos de la oposición, aceptando sumisa la premisa sobre la que se produce el debate. La SD acepta la inevitabilidad de reducir el déficit público, la rebaja de impuestos a los más ricos, o privatizar lo público. Mucho bla, bla, bla de antiprivatización, antiausteridad, antiestablishment, pero a la hora de la verdad, hace lo mismo. Según Joaquín Estefanía, algunos polítólogos han señalado que en las 4 últimas décadas los conservadores y los socialdemócratas se han asemejado a Tweedledum y Tweedledee, los gemelos de Lewis Caroll en Alicia a través del espejo, que eran iguales en su apariencia externa y sólo un poco menos en su comportamiento. Si las recetas económicas son semejantes o se separan sólo un centímetro ideológico, muchos ciudadanos prefieren el original a la copia.

Profundio en esta idea de que el neoliberalismo se ha adueñado de la razón y del discurso político. Tal como expone Xavier Domènech Sampere en su libro Hegemonías. Crisis, movimientos de resistencia y procesos políticos (2010-2013), toda hegemonía implica una alianza, un pacto social de clases, donde una de ellas detenta la supremacía hasta tal punto que consigue convertir su proyecto de clase en un proyecto que es percibido ya no como de clase, sino como el común y extensible a todas ellas y de ellas a toda la sociedad. Tal pensamiento lo expusieron ya Karl Marx y Friedrich Engels en La ideología alemana “Cada nueva clase que pasa a ocupar el puesto de la que dominó antes que ella se ve obligada, para poder sacar adelante los fines que persigue, a presentar su propio interés como el interés común de todos los miembros de la sociedad, es decir, […] a imprimir a sus ideas la forma de lo general, a presentar estas ideas como las únicas racionales y dotadas de vigencia absoluta.”

Este proceso de construcción de la hegemonía, implica una operación cultural muy amplia y compleja, con muchos niveles sociales implicados; aunque no todo es ideológico y coercitivo. Tiene una base consensuada. Su fuerza va más allá del debate ideológico o de la resistencia frente al dominio de las élites, se basa en un pacto social. El hecho incuestionable es que el neoliberalismo dinamitó el pacto social posterior a la II Guerra Mundial, que sirvió para la creación de los modelos sociales europeos, y que estuvo vigente, como mínimo hasta los años setenta del siglo XX. Que entonces hubo un pacto social es evidente, ya que fueron precisamente los gobiernos de las derechas de entonces, en ausencia de gobiernos de izquierda en los principales países de Europa, cuando se alcanzó una política socialdemócrata, también es cierto que esa derecha-muy distinta a la actual- aceptó tal política, en definitiva el pacto, por temor a una explosión revolucionaria. El SPD no alcanzó de pleno el poder en Alemania hasta 1969, en Francia solo los gobiernos de Mollet del 1956-59, y en Italia nunca lo consiguió en este periodo.

De manera semejante, el neoliberalismo se desarrolló con gran fuerza a partir de los 80, momento también de gran poder institucional de la socialdemocracia. Lo que significa que esta aceptó el pacto neoliberal, por mucho que cara a la galería lo negara categóricamente. Es cierto que el inicio de cambio de pacto social fue con Margaret Thatcher y Ronald Reagan, aunque ya se había llevado a cabo un trabajo complejo para implantar el neoliberalismo desde finales de la II Guerra Mundial, cuestión a la que me referiré más adelante. Pero que la izquierda europea de una manera sumisa aceptó este cambio de paradigma, lo demuestra las palabras de la propia Dama de Hierro, la cual a la pregunta de cuál era su mayor herencia y logro, contestó sin vacilar: “Tony Blair y el nuevo laborismo. Hemos obligado a nuestros adversarios a cambiar de opinión.” Mas, por lo que parece, no solo convenció al miembro destacado del trío de las Azores, al que dedicó un artículo Tony Judt en su libro Sobre el olvidado siglo XX, con el sugestivo título El gnomo en el jardín: Tony Blair y el patrimonio británico, donde nos cuenta que en la primavera del 2001, en un debate radiofónico sobre las próximas elecciones generales británicas, una joven periodista expresó su frustración. “¿No creen-preguntó a sus colegas de la mesa- que no hay una verdadera elección? Tony Blair cree en la privatización, lo mismo que la señora Thatcher”. “No exactamente-respondió Charles Moore, director del conservador Daily Telegraph-, Thatcher creía en la privatización. A Tony Blair simplemente le gustaban los ricos”. El ejemplo es clarificador. Mas esa claudicación de Blair es aplicable a otros dirigentes socialdemócratas, que teniendo en sus manos el poder político no tuvieron ni tienen el coraje suficiente de enfrentarse a esta vorágine neoliberal, que tanto sufrimiento, exclusión y pobreza esta generando en la sociedad europea. Cabe mencionar entre ellos a Felipe González, François Mitterrand, el mencionado Blair, Schröder y Rodríguez Zapatero. Y hasta hace poco Hollande, con su primer ministro Valls o el italiano Renzi. Mas en un acto de hipocresía manifiesta, los socialdemócratas aducían y aducen que los neoliberales serían y son siempre los otros, los gobiernos conservadores, los grandes grupos financieros, mediáticos o políticos; pero en absoluto ellos. Pero de acuerdo con el argumento expuesto, si hoy se ha convertido en hegemónico el neoliberalismo, son tan responsables los que lo han preconizado, como los que lo han consentido y asumido. Thatcher puede presentarse como un auténtico demonio, pero su pensamiento latía y lo sigue haciendo en muchos corazones de una socialdemocracia que dejó de creer y de defender a las clases populares, y se formó en varia décadas en el pensamiento neoliberal hasta hacerse totalmente inservible como alternativa. Por ello, ya no sabe la socialdemocracia cómo emprender un nuevo camino al margen de todo aquello que ha asumido. Lo que empezó como una lucha de clases, iniciada e impulsada por las clases altas, transformándose en un nuevo pacto de clases, se convirtió finalmente en una nueva hegemonía. Hegemonía que no solo afectaba a los partidos de la derecha, también a los de la izquierda, e incluso, todavía más, a todos nosotros.

Pero el problema principal de la SD no es solo que esté equivocada, sino que es aburrida. No tiene nada que contar, ni lenguaje con que contarlo. Y, con frecuencia, da la impresión de que le gusta perder. Como si los destrozos e injusticias existentes le sirvieran para demostrar que siempre ha tenido razón. Ha olvidado un discurso de esperanza y de progreso.

Según Robert Misik, la SD tiene que ser audaz y plantear reformas. Lo que supone enfrentarse a las élites financieras, en lugar del compromiso con ellas. Ha de reestructurar el sector financiero, obligando a los bancos a aumentar sus reservas para evitar su hundimiento, y no tengan que salvarlos los impuestos de los ciudadanos. Reconocer que la austeridad es un auténtico fracaso…

Ha de abandonar todo atisbo de arrogancia hacia los votantes. En el reciente discurso de investidura del partido socialdemócrata austriaco, Cristhian Kern, su nuevo presidente dijo: “Deberíamos suprimir de nuestro vocabulario la frase:”Tenemos que salir a buscar a la gente”. Esto es absurdo. Nosotros somos la gente y formamos parte de ella”.

Los trabajadores no están enfadados porque la SD reivindica baños transgénero, sino porque tienen la sensación de que se presta demasiada atención a estas demandas, y ninguna a su situación económica.

Ha de defender: buenos empleos, subidas salariales, vivienda asequible, educación, sanidad y dependencia universales. Quien no encarne convincentemente que le importan; y no tenga un plan creíble no tendrá nada que hacer. Y si se limita a argumentar que con nosotros no nos irá tan mal, el fracaso es claro.

Las redes del movimiento obrero, que estructuraban la vida en los barrios no privilegiados, han sido barridas. Por ello, aquí las personas se sienten abandonadas, por lo que hay que reconstruir nuevas estructuras para organizarse y defender sus intereses. Hay que abrir paso a nuevos dirigentes en la SD provenientes de la clase obrera, ya que está dirigida mayoritariamente por intelectuales de clase media, muy distantes de los intereses de los obreros.

Si un partido SD quiere alcanzar el poder debe asegurarse el apoyo de dos sectores de votantes: las clases medias urbanas de izquierdas, y los distintos subsectores de la clase obrera, aunque no es fácil restaurar la antigua alianza entre la inteligencia burguesa y la clase obrera,

La solución no llegará a nivel nacional. Será a nivel de la UE. Para ello se necesitan: partidos SD nacionales con la suficiente credibilidad para ganar las elecciones en sus países; consolidar su discurso progresista en Europa y así crear las condiciones para una reestructuración; y alianzas en el ámbito europeo.

Que no sea fácil, no significa que sea imposible. Los movimientos obreros en el siglo XIX, o los de los derechos civiles del XX, no lo tuvieron fácil. La izquierda no surgió porque tuviera las cosas fáciles, sino para lograr lo imposible: mejorar el mundo y la vida de los seres humanos.

¿A qué esperan los dirigentes de la socialdemocracia para reaccionar?
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