Por Concha Pérez
Hace ya medio siglo
había en el pueblo de Haría,
una mandadera famosa
que recuerdo todavía.
María Lasso se llamaba
y así se la conocía.
Andariega y afanosa
desde que clareaba el día,
recorría todo el pueblo
haciendo los mandados
a quien sus servicios pedía:
a doña Carmela diligente
preguntaba que quería,
también a Lola y Celedonia,
a sus primos Pablo y Catalina,
a los Stinga y doña Pura...
y a quien ella quería.
Con frecuencia se amulaba
por cualquier tontería
y no hacía los recados
hasta que le parecía...
Y así de casa en casa
su día transcurría
hasta el toque de oración
pues de noche no salía.
Tenía un ojo extraviado
pero todo lo veía
y luego lo contaba
a quién oídos tenía.
No había crónica en el pueblo
ni falta que hacía
porque desde El Islote
hasta San Juan
¡las noticias!
las llevaba María.
Vestía un traje marrón
pues a San Marcial ofrecía
una eterna promesa,
que en secreto sostenía.
Y cada siete de Julio
a Femés con traje nuevo
caminaba en romería.
A San Antonio rezaba
y alguna mariposa le ponía,
pero a pesar de sus anhelos
sin amores vivía.
Solo su perro Canelo
de cerca le seguía.
Sus medias y alpargatas
otras a gritos pedían
pero ella se negaba
a reponerlas algún día,
no fuera que un “mal aire”
el otro ojito le torcería.
Un personaje singular
que en su medida,
debe ser reconocida
como Lolita Pluma
Cañadulce y Serafina.
El pueblo le dio su nombre
a un parque mientras vivía
¿fue la falta de memoria
o la triste lejanía
quién la despojó de su valía?
Era pobre, pero rica
pues contenta se sentía
y era la preocupación
de aquellos que la querían.
Vivió feliz a su modo
sin ambición ni tropelías
y murió sola en su casa
con los gatos que tenía.
María Lazzo Callero
¡pobre María!
que en el cementerio se encuentra
sin lápida todavía.